domingo, 30 de marzo de 2025

DESCUBRE EL PODER TRANSFORMADOR DEL ÉXITO INTERIOR



EL ÉXITO QUE NO SE VE:



Desde que tengo memoria, he estado rodeada de la idea del éxito. En nuestra sociedad, se nos enseña a medir nuestro valor a través de logros externos: un buen trabajo, una casa propia, un automóvil de lujo, o incluso una gran cantidad de seguidores en redes sociales. Sin embargo, a lo largo de mi viaje personal, he llegado a comprender que el verdadero éxito es aquel que no se puede ver a simple vista: el éxito interior.

Recuerdo un momento en particular que se convirtió en un punto de inflexión: renunciar a mi empleo. Esto marcó mi vida, debido a que tenía un trabajo en una empresa reconocida y ciertas comodidades que me hacían privilegiada. Durante los primeros días de mi desempleo, a pesar de que la decisión de renunciar fue por voluntad propia, me dejé llevar por la frustración y la tristeza. Pasaba horas pensando y preguntándome por qué lo hice, sintiéndome como una fracasada.  Pero, en medio de esa tormenta emocional, algo dentro de mí empezó a cambiar. 

Comencé a reflexionar sobre lo que realmente quería y buscarle significado a lo que me estaba sucediendo. Cuando reconocí y acepté que mi renuncia estaba ligada a mi bienestar emocional, me di cuenta que durante mucho tiempo había estado centrada en los logros externos, como el reconocimiento personal, profesional y la estabilidad financiera, situaciones que son maravillosas, pero había descuidado mi paz y salud mental.

A partir de ese momento, tomé el timón de mi barco y comencé a navegar hacia mi océano interior. Inicié un proceso de introspección que me llevó a descubrir mis verdaderas pasiones y habilidades.  Me sumergí en la lectura, la escritura, la meditación, a caminar, actividades que habían quedado relegadas a un segundo plano. 

Cada día, dedicaba tiempo a explorar mis intereses, a aprender sobre mí misma y a reconstruir mi autoestima. Fue un viaje desafiante, lleno de dudas y miedos, pero también de revelaciones y aprendizajes.

Con el tiempo, empecé a ver los frutos de este trabajo interior. Mi perspectiva sobre el éxito cambió radicalmente. Ya no se trataba solo de los reconocimientos o un salario, sino de vivir en alineación con mis valores y aspiraciones. Aprendí a valorar el crecimiento personal, la resiliencia y la capacidad de adaptarme a las circunstancias. Comencé a compartir mis experiencias a través de mi página web, dictaba charlas, donde encontré una manera de ayudar a las personas a descubrirse y quererse.

Hoy, aunque mi situación laboral ha cambiado, sin embargo, sigo haciendo lo que siempre me ha apasionado y me satisface: la docencia. Esto me hizo reflexionar y valorar el éxito, pero no cualquier éxito, sino el que he cultivado por dentro. He aprendido a enfrentar los desafíos con una mentalidad más abierta y a ver cada obstáculo como una oportunidad de aprendizaje. He descubierto que el verdadero éxito no siempre es visible; a menudo, se manifiesta en la fortaleza emocional, en la capacidad de reinventarse y en la paz interior que se siente al vivir auténticamente.

Este viaje me ha enseñado que el éxito interior es un proceso continuo, un compromiso con uno mismo, con una misma y un viaje profundo hacia nuestro océano interior. Por eso, en un mundo donde el éxito se mide de marera superficial, te invito a marcar la diferencia y comenzar a ser el capitán de tu barco, adentrarte en la profundidad de tu océano y a mirar más allá de lo obvio y a explorar tu propio mundo hacia tu éxito interior. Porque el éxito interior es la clase de éxito que nadie ve, sin embargo, tiene el poder de cambiarlo todo. 


//Norys Zerpa


martes, 11 de marzo de 2025

LA VIDA NO ES CÓMO TE LA CUENTAN, SINO CÓMO DECIDES VIVIRLA.

 



Desde que tengo memoria, siempre he escuchado historias sobre la vida. La abuela contaba relatos de su infancia, llenos de aventuras y desafíos. Mi madre, con una mirada nostálgica, hablaba de su juventud, de los sueños que tuvo y de las ilusiones perdidas. Mis hermanas, con su inexperiencia, también narraban sus vivencias. Cada una de estas narraciones me ofrecía una perspectiva de lo que significa “vivir”, pero nunca se comparó con lo que realmente significó para mí.

Recuerdo cuando tenía diecisiete años que decidí seguir mi carrera universitaria.  Esta decisión fue en contra de mis padres, y no porque no quisieran que continuara mis estudios, sino porque no contaban con los recursos económicos para mantenerme en otra cuidad.  Los días pasaban y la incertidumbre me atormentaba, hasta que solventé la situación. 

Mi día esperado llegó, no lo podía creer. Caminaba por los pasillos de la universidad como si cada paso resonara con las expectativas y sueños que una vez había albergado, sintiendo a la vez la ansiedad de lo desconocido y la emoción de las oportunidades que se presentaban ante mí. Miraba a mi alrededor y podía percibir la comodidad de los demás. Me senté en un banco y comencé a capturar momentos que para otros, podrían parecer insignificantes. La risa de las personas que pasaban,  la brisa alborotar mi cabello, el sonido de los carros al pasar, las flores que a pesar de estar marchitas, se negaban a morir. Cada instante era un recordatorio de que la vida se compone de instantes, y que, aunque la gente pueda narrar sus experiencias de maneras grandiosas, lo que realmente importa es cómo elegimos experimentar esos momentos.

El tiempo pasaba, entre la universidad y la residencia. Un día, me fui a la playa y mientras caminaba, vi a un señor sentado solo a la orilla de la playa. Su mirada estaba perdida en el horizonte. Me acerqué y le pregunté qué pensaba. Su respuesta me sorprendió: “La gente cree que la vida es un camino recto, pero en realidad es más como un río. A veces fluye suave, otras veces se desborda, y muchas veces nos lleva a lugares inesperados”. Ese simple encuentro me hizo reflexionar sobre cómo, a menudo, nos dejamos llevar por la narración de otros, en lugar de crear nuestra propia historia.

Poco después, tuve que enfrentar el momento que no quería que llegara: dejar la universidad. Mis padres no podían seguir costeando mis estudios. Así que, con mucha nostalgia abandoné la residencia y me devolví a casa. En ese instante, pasaban por mi mente muchas cosas, sin embargo, no me sumergí en la tristeza del momento, decreté verle el lado positivo a la situación y recordar los momentos maravillosos que Dios me permitió vivir mientras estuve en la universidad. Esa experiencia me enseñó que, aunque la situación era dura, hay que aprender a valorar cada instante y, ademas, tenía una nueva historia por contar. 

La vida, en su esencia, es una serie de elecciones. A veces, nos encontramos en situaciones que no elegimos, que no podemos cambiar y las historias que escuchamos pueden hacernos sentir que estamos atrapados en un guion. Pero, ¿quién dice que no podemos reescribirlo?. 

En ese mismo tiempo cuando regresé a casa, decidí hacer un curso de mecanografía, que en esa época era el boom. Tres meses después obtuve el certificado y eso me abrió las puertas a nuevas oportunidades laborales que antes no había considerado. Gracias a esa certificación, pude acceder a un puesto en una empresa reconocida, donde pude desarrollar mis habilidades y crecer profesionalmente. Años más tarde, retomé mis estudios universitarios y graduarme.

Hoy, miro hacia atrás y comprendo que la vida no se trata de las historias que nos cuentan, sino de las que elegimos vivir. He aprendido que las narraciones que nos rodean pueden ser una guía, pero nunca deben definirnos. Cada uno de nosotros tiene el poder de darle forma a su propia historia, de encontrar la belleza en lo cotidiano y de abrazar la incertidumbre con esperanza.

Por eso, si alguna vez te sientes atrapado, atrapada  en la narrativa de otros, te invito a que hagas una pausa. Sal a explorar, busca esos momentos que te hacen sentir vivo, viva. Recuerda que la vida no es cómo te la cuentan; es cómo tú decides vivirla. Y al final, lo que realmente importa no son las palabras, sino las emociones que llevamos en el corazón y las historias que creamos en el camino.