Desde que tengo memoria, siempre he escuchado historias sobre la vida. La abuela contaba relatos de su infancia, llenos de aventuras y desafíos. Mi madre, con una mirada nostálgica, hablaba de su juventud, de los sueños que tuvo y de las ilusiones perdidas. Mis hermanas, con su inexperiencia, también narraban sus vivencias. Cada una de estas narraciones me ofrecía una perspectiva de lo que significa “vivir”, pero nunca se comparó con lo que realmente significó para mí.
Recuerdo cuando tenía diecisiete años que decidí seguir mi carrera universitaria. Esta decisión fue en contra de mis padres, y no porque no quisieran que continuara mis estudios, sino porque no contaban con los recursos económicos para mantenerme en otra cuidad. Los días pasaban y la incertidumbre me atormentaba, hasta que solventé la situación.
Mi día esperado llegó, no lo podía creer. Caminaba por los pasillos de la universidad como si cada paso resonara con las expectativas y sueños que una vez había albergado, sintiendo a la vez la ansiedad de lo desconocido y la emoción de las oportunidades que se presentaban ante mí. Miraba a mi alrededor y podía percibir la comodidad de los demás. Me senté en un banco y comencé a capturar momentos que para otros, podrían parecer insignificantes. La risa de las personas que pasaban, la brisa alborotar mi cabello, el sonido de los carros al pasar, las flores que a pesar de estar marchitas, se negaban a morir. Cada instante era un recordatorio de que la vida se compone de instantes, y que, aunque la gente pueda narrar sus experiencias de maneras grandiosas, lo que realmente importa es cómo elegimos experimentar esos momentos.
El tiempo pasaba, entre la universidad y la residencia. Un día, me fui a la playa y mientras caminaba, vi a un señor sentado solo a la orilla de la playa. Su mirada estaba perdida en el horizonte. Me acerqué y le pregunté qué pensaba. Su respuesta me sorprendió: “La gente cree que la vida es un camino recto, pero en realidad es más como un río. A veces fluye suave, otras veces se desborda, y muchas veces nos lleva a lugares inesperados”. Ese simple encuentro me hizo reflexionar sobre cómo, a menudo, nos dejamos llevar por la narración de otros, en lugar de crear nuestra propia historia.
Poco después, tuve que enfrentar el momento que no quería que llegara: dejar la universidad. Mis padres no podían seguir costeando mis estudios. Así que, con mucha nostalgia abandoné la residencia y me devolví a casa. En ese instante, pasaban por mi mente muchas cosas, sin embargo, no me sumergí en la tristeza del momento, decreté verle el lado positivo a la situación y recordar los momentos maravillosos que Dios me permitió vivir mientras estuve en la universidad. Esa experiencia me enseñó que, aunque la situación era dura, hay que aprender a valorar cada instante y, ademas, tenía una nueva historia por contar.
La vida, en su esencia, es una serie de elecciones. A veces, nos encontramos en situaciones que no elegimos, que no podemos cambiar y las historias que escuchamos pueden hacernos sentir que estamos atrapados en un guion. Pero, ¿quién dice que no podemos reescribirlo?.
En ese mismo tiempo cuando regresé a casa, decidí hacer un curso de mecanografía, que en esa época era el boom. Tres meses después obtuve el certificado y eso me abrió las puertas a nuevas oportunidades laborales que antes no había considerado. Gracias a esa certificación, pude acceder a un puesto en una empresa reconocida, donde pude desarrollar mis habilidades y crecer profesionalmente. Años más tarde, retomé mis estudios universitarios y graduarme.
Hoy, miro hacia atrás y comprendo que la vida no se trata de las historias que nos cuentan, sino de las que elegimos vivir. He aprendido que las narraciones que nos rodean pueden ser una guía, pero nunca deben definirnos. Cada uno de nosotros tiene el poder de darle forma a su propia historia, de encontrar la belleza en lo cotidiano y de abrazar la incertidumbre con esperanza.
Por eso, si alguna vez te sientes atrapado, atrapada en la narrativa de otros, te invito a que hagas una pausa. Sal a explorar, busca esos momentos que te hacen sentir vivo, viva. Recuerda que la vida no es cómo te la cuentan; es cómo tú decides vivirla. Y al final, lo que realmente importa no son las palabras, sino las emociones que llevamos en el corazón y las historias que creamos en el camino.
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